lunes, 3 de octubre de 2022

Nosotros tres (Inspirado en el cuento VAÑKA de Anton Chéjov)

       Gricha se levantó cuando todavía era de noche. Su madre dormía y ya el abuelo Konstantin se había incorporado en la cama tosiendo continuamente.

      El niño caminó hasta la cocina  con la manta sobre los hombros,  encendió el samovar y preparó el té, que tomó en silencio con  el abuelo,  envuelto en su amplio zamarrón.
     Afuera, la  madrugada pintaba bastante fría. El tiempo avanzaba  hacia el otoño, pero el aire todavía olía a madreselvas. Antes de salir, Gricha alimentó con leña la estufa encendida. “Para mamásha”. Cuando ella  despertara ya estarían  a mitad de camino hacia la výstavka.
     Salieron y caminaron hasta el establo.
     Con sus escasos y ya endurecidos aparejos, ataron la kobýla al carro,  cargado desde la noche anterior, y partieron hacia el pueblo de C***, distante a unas ocho verstás de la dom.
     Gricha  pensaba en los posibles resultados de la venta de los productos de la  férma que llevaban  en el carromato, amontonados allí atrás. Ovaschi y frúkty se entremezclaban con sus variadas y redondeadas formas y colores,  y el niño se volvía constantemente para observarlas en detalle: Sobresalían el aloque de los tíkva,  el verde tan variado de  los kapúske,  las salát, los aguryéts y pyéryets,  las turgentes luk y el rojo verdoso de los pamidór sin madurar, las terrosas kartófyel,  y las tiras bien cargadas de chiesnók, junto a las brillantes markóf y las oscuras baklazhán. Las svíokas prometían su púrpura dulce, lo mismo que los granos amarillos de  kukurúza . Y allá al fondo,  la bolsa cargada de grip, los últimos dorados dýsnya y los apetitosos pyérsik, las encarnadas yáblakas, el verde suave de las grúshas junto a las últimas, enormes arbús. Un cajón agrupaba víshnyas y slívas  y una bolsa de grip completaba la variada y rica producción de la férma,  gracias al trabajo de su madre, ayudada por ellos dos.  Gricha gozaba por anticipado sobre el resultado probable de la venta.  Hacía cálculos mentales sobre  las muchas kopeikas,  juntas sumarían unos cuantos rublos, que obtendrían del cargamento, que representaba varias semanas de duro trabajo.
     Distraído,  volvía en sí y examinaba con  admiración la apostura del abuelo Konstantín quien, con un cigarrillo en la boca, canturreaba una vieja pésenka,  mientras  hostigaba  con las riendas  las hundidas ancas de la kobýla. Ésta avanzaba con el mismo paso que llevaba desde la salida, y no era probable que lo fuera a cambiar hasta que emprendieran por la tarde el regreso.
     El resultado de la venta en la feria fue asombrosamente bueno. En menos de tres horas pudieron despachar toda la mercadería, pues  su producción había rebasado en calidad  a  la que habían aproximado al pueblo  los quinteros de la vecindad.
    -Podríamos haber pedido algo más por lo nuestro- rezongaba Gricha, dirigiéndose al abuelo, que contaba el dinero sobre el asiento del coche, mientras mojaba  los dedos con saliva-.¡Esperamos tanto por esto! No sé qué apuro había para volver…
     -Así está bien... ¡Qué diablos! Tú si que nunca te conformas con nada, niño. ¡Válgame Dios!
     -No, abuelo, es que mámienka tiene que comprar  pokryvàlos para el invierno, y procurarse de leña para la estufa, y alimento para la kobýla y para  la koróva, y grano para los útkas y las kúricas...- y la lista parecía interminable, cuando el abuelo Konstantín elevó la mirada entrecerrando los ojos, y lo miró como tratando de adivinar adónde iba el pensamiento de ese endiablado chiquillo. Hizo ruido con la nariz, escupió a un costado y luego largó una carcajada.
     -¡Vamos, hijo, bien pensado! ¿eh? Muchas cosas tienes en tu pequeña cabeza- y luego de guardar el dinero en el bolsillo del pantalón, la emprendió con la kobýla, fustigándola con energía, que sorpresivamente abandonó el cuadrado de pasto donde mordía con paciencia equina, y arrancó con nuevo brío  hacia la casa. El camino, muy desparejo, zarandeaba el carro, pero el abuelo lo mantenía en las rodadas con pericia.
     A poco andar,  cruzáronse frente a la taberna de Nicolás Ilich, y el viejo Konstantín dirigió disimuladamente a la kobýla hacia la entrada.
     -A dónde vamos, abuelo? ¿Qué haces? –rezongó Gricha, desconfiando.
    -¡Pero, niño, déjame en paz!, ¿quieres? ¡No seas tan terco! Voy a bajar un ratito aquí, que tengo que saludar a un amigo y hacerle un pedido a Nicolás Ilich- y ya saltaba del carretón con agilidad sorprendente para la edad, recomendándole al nieto desde abajo:- ¡Espérame aquí, que no me tardo!
     Como a la hora, el niño despertó recostado en el asiento del  carro, que se había alejado unos metros de la entrada de la taberna, arrastrado por la kobýla que no perdía  tiempo y mordisqueaba en todos las manchas verdes que iba encontrando a su paso. Gricha recogió las riendas y regresó. Y ya de mal humor, descendió apresurado en busca del abuelo. Al entrar, varios parroquianos lo observaron con asombro y algunas sonrisas sarcásticas, señalándolo con la barbilla y mirándose entre sí.
    -¡Mira, Nicolás Ilich, qué cliente tan crecido ha venido a visitarte!  ¡Invítale con una copa de vódkaJa, ja, ja.
     Pero el niño  ignoró las chanzas  y  caminó derecho al viejo Konstantín, y antes de que éste se diera cuenta, ya lo estaba sacando a empujones de la taberna, no sin antes pagarle a Nicolás Ilich la cuenta por la bebida consumida, a lo que hubo que sumar un reclamo por un antiguo registro no saldado.
     -Vaya, vaya, sí que eres molesto, chicuelo tonto- rezongaba  el abuelo  mientras ascendía al carro, no sin cierta dificultad-. Y ahora, ¡dame las malditas riendas, que al carro lo conduzco yo!
     Gricha, cabizbajo, entregó las riendas luego de enfocar el carromato otra vez camino a casa,  frunciendo la boca y apretándose las manos contra el estómago, que empezaba a protestar pues no recibía nada desde la mañana.  Comenzó a reflexionar sobre las sensibles mermas en las ganancias, y no podía evitar mirar de reojo al viejo  con  odio contenido. Al rato, con el constante zarandeo del carretón, volvió a dormirse sobre el asiento.
     Despertóse solo nuevamente. La kobýla comía a un costado del camino, y el abuelo...”Habrá bajado para vomitar, el anciano borracho”, pensó Gricha, cuando divisó la entrada de un paradero, cuyo aspecto no engañaba. Era, sin dudas,  otro despacho de bebidas. Entro, y cumplió con la misma rutina anterior. Luego de pagarle al patrón, se llevó a empujones al abuelo, que  casi no podía mantenerse en pie.
   -¡Sal de aquí, muchacho! ¡Déjame beber en paz, que otra cosa no me queda en esta maldita tierra!- protestaba otra vez el viejo Konstantín,  buscando complicidad a los costados entre los otros parroquianos. Algún eco encontró, pues desde una mesa  se pudo oír:
    -Eso, ¡Vete, niño molesto, y deja a la gente grande hacer sus cosas!
    -Sí, no te metas en lo que no te importa, muchacho. ¡Qué insolencia! ¡Hay que ver…!
      El carro continuó  su rumbo,  ahora ya sin interrupciones. El Viejo Konstantín Makárich dormitaba, luego de vomitar  varias veces, y Gricha conducía  con la mirada fija en las orejas de la kobýla, que partían en dos al camino. Llevaba  los dientes muy apretados. En su bolsillo, el par de rublos y las escasas  kopeikas que habían quedado eran demasiado poco para aliviar el peso enorme que ahora  le oprimía el corazón.
     “¡Qué le voy a decir a  mamushka!” meditaba el niño. “Aunque ella ya lo conoce, me lo encargó especialmente: ¡Que no pare en ninguna taberna, Gricha! Y yo, como un niño flojo y estúpido, me he dormido y se acabó. Adiós planes ahora”, y el brillo de alguna lágrima apuntó en sus ojos cansados.
      En un momento dado la ira lo inundó y tentado estuvo de empujar al viejo a un costado del camino, cuando  recordó la triste vida del mujik, golpeado por las desgracias, una tras otra: A la muerte de la abuela Pasha el año anterior, de pulmonía,  se había sumado hacía un par de meses   la prisión del tio  Projor, condenado a trabajos forzados por robar piezas del ferrocarril“. Al fin y al cabo, quedamos nosotros tres solos,  nosotros tres nomás”, y mientras dirigía la kobýla hacia el camino de la entrada, con la otra mano sacudía el hombro del abuelo:
     -¡Hey, abuelo, despierta, que ya estamos llegando!- y al verlo revolverse para luego incorporarse,  miró directamente a esos ojos enrojecidos por el alcohol. El aliento del viejo Konstantín olía a vódka  hasta  los confines del mundo. El chico hizo una mueca de asco, pero lo tomó de la mano y le propuso:
     -Nos robaron al salir del pueblo, ¿cierto, abuelito? Solamente salvé este poco dinero, ¿verdad? ¡Qué lástima!, ¿no? Con  lo que habíamos esperado...-Y al ver que el viejo lloraba, el niño le sacudió el hombro cariñosamente: - ¡Vamos,  que todavía tenemos otras cosas para vender  en la próxima výstavka!
 Al llegar a la entrada de la férma, la madre de Gricha salió a recibirlos, secándose las manos en el delantal.
    -¡Ahí viene mamushka, así  que baje y vaya a lavarse, que está hecho una lástima!- recomendó el niño, al tiempo que conducía al carro hacia el cobertizo para desatar la kobýla. “Sólo nosotros tres, nada más” pensaba, y al soltar el animal en el corral,  sintió sobre el hombro el peso duro pero amable  de la mano de su madre. Sin decir nada, metió la mano en el bolsillo, sacó el dinero y se lo entregó.
      La zhena  miró  lo que tenía en la palma de su mano,  cerró el puño y preguntó:
     -¿Nada más que esto, Gricha? ¿Sólo esto?- En su rostro prematuramente arrugado y envejecido, había  aparecido el gesto amargo que  el niño conocía muy bien. Como Gricha no podía  encerrar más angustia adentro del pecho, suspiró  y agachó la cabeza intentando iniciar una explicación, pero luego se encogió de hombros mientras en su cara se pintaba un gesto resignado. 
        Adentro, la tos húmeda y persistente del abuelo hacía temblar los empañados vidrios de las ventanas     El niño  se quitó los zapatos embarrados y entró en la dom detrás de su madre.
    Pensó entonces que no sería cosa mala probar con el bueno de Aliagin, quien se había ofrecido para  llevarlo consigo  como aprendiz de zapóznik a la gran ciudad.

GLOSARIO
Mamasha, Mamushka, Mámienka: Mamá, madre.
Výstavka: Feria
Verstá: Unidad de medida de longitud rusa equivalente a 1.066,8 metros.
Dom: Casa
Zhena: Señora
Kobýla: Yegua.
Koróva: Vaca.
Útkas: Patos.
Kúricas: Gallinas.
Mujik: Campesino ruso.
Kopeikas: Dinero ruso, menos de un rublo.
Pokryvàlos: Mantas.
Vódka: Bebida alcohólica rusa.
Pésenka: Canción.
Zapóznik: Zapatero.
Ovaschi: Verduras.
 Frúkty: Frutas. 
Tíkva: Zapallo
Kapúske:  Repollo, col.
Salát: Lechuga.
Aguryéts: Pepinos.
Pyéryets: Pimientos, ajíes.
Luk: Cebollas.
Pamidór: Tomates
Kartófyel: Papas
Chiesnók: Ajo.
Markóf: Zanahorias.
Baklazhán: Berenjenas.                  
Svíokla: Remolacha.
Kukurúza: Maíz, choclos.
Grip: Setas, hongos.
Pyérsik: Duraznos
Yáblakas: Manzanas.
Grúshas: Peras.
Arbús: Sandías.
Víshnyas: Cerezas.
Slívas: Ciruelas.
Férma: Granja

lunes, 25 de octubre de 2021

Relatos de Hospital

 

                   ENTREVISTA  CON EL NUEVO DIRECTOR

 

 

     Sentados escritorio de por medio, el director había solicitado café a la secretaria y se disponía a encender un cigarrillo. Él se arrellanó en su silla, contemplando los ademanes y gestos del nuevo jefe, que terminó echando una nube de humo azul al aire diáfano, que hasta ese momento se había podido respirar con deleite gracias a la primavera temprana. El tufillo irritante lo hizo toser varias veces, y el director, sin apagar el cigarrillo, preguntó:

     -¿Le molesta si fumo? Porque, si es así, ya mismo lo...

     -No, no hay problema...- y se acercó a la ventana, buscando un poco de aire libre. Minutos antes, él acababa de completar las epicrisis de una multitud de historias clínicas, entregándolas luego al secretario de la Sala antes de bajar los dos pisos hasta las oficinas de la Dirección. No era aún el mediodía, por lo que siguió de largo frente al quiosco de diarios. Más tarde compraría su ejemplar; nunca lo hacía antes de las doce. Saboreaba el café, bastante rico por cierto, cuando escuchó:

     -¿Cómo anda, doctor? Quería hablar con usted, ¿sabe?, porque usted es todo un...

    -No siga, doctor- respondió atajándose. Terminó el café, apoyó la taza en el platito y luego volvió a recostarse en el respaldo de la silla-. Usted es nuevo aquí, en cambio yo soy un dinosaurio dentro de la fauna local.- El director sonrió. Volvió a echar humo por la boca mientras él completaba:- Usted empieza su ciclo, yo ya  lo estoy terminando.

      -No, no diga eso. Yo valoro en extremo  a la experiencia. Usted tiene todavía mucho por hacer aquí, por la  institución.

     -¿Le parece?- Un cierto escepticismo se había apoderado de su ánimo, y deseaba terminar la entrevista cuanto antes.

     -Claro que sí.  No sería lógico que el Hospital perdiese de golpe a personas como usted, con la experiencia y la trayectoria de tantos años... Pero, no era de eso que quería hablarle-. Se inclinó sobre el escritorio apoyando los codos en el vidrio, los puños unidos debajo del mentón, la boca cerrada con energía, y el ceño ligeramente fruncido.

     -Usted dirá, doctor-. Ahora sí, se la veía venir y preparó la respuesta rápida.

     -Mire, yo encuentro que  los colegas de mayor antigüedad y prestigio en el Hospital deben contar con el justo y necesario reconocimiento. Pero éste no presupone una prerrogativa que los exima de cumplir con las tareas básicas o estimulando ejemplos poco, digamos, ortodoxos...

     -No le entiendo, doctor- disparó sin esperar la ampliación del párrafo, que parecía bastante elaborado- ¿Por qué no va al grano y me dice directamente lo que quiere decir?

     -Está bien. La situación del cumplimiento del horario de los profesionales ha llegado a extremos inaceptables. Creo que ha llegado la hora de ponerle el cascabel al gato, animarse, y apretar las clavijas de una buena vez...

     -¿Y por qué se dirige precisamente a mí con ese tema? –Y casi incorporándose en la silla-: Haga lo que tenga que hacer, doctor...

     -Bueno, sí,  ya lo sé. Pero me interesaba particularmente su opinión al respecto. Si usted no se opone a esta medida, ¿quién se atrevería a hacerlo?

     -Cualquier otro, doctor. Yo no soy representativo de nadie; a duras penas sólo de mí mismo. Creo que este tema lo debería tratar de una manera más general, con todos los profesionales.

     -Pero... ¿usted qué piensa de esto?

     -Personalmente, me reservo la opinión, doctor. No quisiera opinar  y que luego...

     -Pero, por favor, doctor. Le aseguro mi absoluta reserva. Nada de lo que hablemos aquí trascenderá de este ámbito. Absoluta discreción, doctor.

     -Mire, aquí, tradicionalmente, estas paredes nunca han sabido guardar ningún secreto...

     Ambos sonrieron, ya más distendidos, y el director apeló al teléfono interno para solicitar otra vuelta de café.

     -Suponiendo que lo que usted dice fuera así- comenzó él- en primer lugar le diría que esa decisión invariablemente fue, es y será  atinada, siempre y cuando...

     La secretaria depositó las tacitas humeando sobre el escritorio. Lo miró de reojo, preocupada por la presión que había olido en el ambiente al entrar. Él se volvió y le sonrió al agradecerle el café.

     -...siempre y cuando, ¿qué?, doctor.

     -Siempre y cuando se tenga autoridad moral con los antecedentes adecuados para aplicarla y exigir su cumplimiento.

     -¿Usted duda de que la tenga, doctor?

     -No se confunda, no estoy personalizando. Y se debería tener muy en cuenta los efectos colaterales que puede traer esa medida tomada sin tapujos, a ultranza. Sobre todo si lo que se quiere es mejorar la atención en los Servicios, y lograr una alta calidad en la atención médica, lo que lleva implícito, el compromiso de los profesionales en las políticas básicas establecidas para el Hospital por sus autoridades...

     -Y yo sencillamente pido que todos los profesionales cumplan con su horario establecido en la declaración jurada; que concurran regularmente a su lugar de trabajo y hagan lo que deban hacer en el tiempo estipulado para ello. Que se sientan obligados hacia la institución, y no que se crean que le hacen un favor al Hospital puramente concurriendo. Así de  simple, doctor.

     -Sí, dicho así, suena muy simple, muy llano, muy fácil de cumplir y muy difícil de objetar, pero...

     -Pero ¿qué, doctor?

     -Que no es ni tan simple, ni tan fácil de cumplir, ni tan difícil de objetar...

     -¿Por...?

     -Porque la realidad de un Hospital es  compleja, y tiene tantos matices como múltiples aristas, muchas veces  contradictorios entre sí, que al pretender unificarlos, pueden surgir situaciones conflictivas que hagan que sea peor el remedio que la enfermedad.  Por ejemplo: Un médico puede concurrir ocho horas al Hospital y no hacer casi nada,  y otro puede concurrir tres horas y hacer su trabajo y el de otros dos más.  Se pueden atender adecuadamente diez, quince o veinte pacientes en un consultorio, indicándoles el medicamento o la práctica necesaria, o se les puede sacar de encima rápidamente pidiendo una enormidad de estudios o derivándolos al especialista innecesariamente. Un profesional puede faltar por licencia por enfermedad personal o familiar, muchas, demasiadas veces en el año. O puede concurrir a  trabajar, incluso sintiéndose enfermo... Todo depende del compromiso que haya adquirido con su trabajo, con su grupo, con la Institución.  Mire, hay algunos que con uno o dos diagnósticos acertados se ganaron el día, aunque para ello no hayan utilizado   más de veinte minutos de su declaración jurada... Y usted sabe lo que significa una orientación acertada en un paciente difícil...Lo que puede costarle al Hospital una orientación desacertada o inoportuna, nada más que en estudios complementarios o de alta complejidad, cuando no en juicios por mala praxis. Creo que la medida debería ser meditada cuidadosamente y luego suficientemente explicada y finalmente consensuada, para evitar  la sensación de una “declaración de guerra”, con el    “sálvese quien pueda” consiguiente, y la alteración inevitable del ánimo general en desmedro del compromiso básico con los pacientes, con el grupo de trabajo, con la Institución en sí...

     -Mire, doctor, su argumentación es válida si nos atenemos al cómo. Pero el porqué está primero, y mis objetivos son muy claros: Mejorar la atención de la creciente demanda de los pacientes hospitalarios, racionalizar los recursos estableciendo rigurosas prioridades, trabajar en una red de complejidad centrípeta, con este Hospital como referencia, donde todas las acciones de atención primaria de los Centros Periféricos u Hospitales de menor complejidad encuentren el apoyo necesario en tiempo y forma...Y para ello quiero ampliar los horarios de atención en los consultorios abarrotados y con largas demoras en los turnos, así como en el laboratorio, rayos, ecografía, etcétera.

     -Y para ello necesita más horas profesionales, sin ampliar la planta, por supuesto, ya que en los papeles...

     - He estudiado la provisión de horas profesionales del Hospital, y  no es necesario solicitar su ampliación, doctor; las horas profesionales existentes  son más que  suficientes para lograr los fines que me propongo, que no son otros que mejorar la atención de la población...

     -Bueno, entonces sólo me resta desearle suerte- y se inclinó hacia delante con una mano estirada en señal de despedida. Cuando apoyaba la mano en el picaporte, oyó a su jefe que más allá de sus espaldas establecía:

     -A propósito, doctor, le aviso que desde hoy la entrada y la salida quedarán registradas con firma y hora. Las empleadas de personal, hasta tanto se elaboren las tarjetas personales para fichar en el reloj, se ocuparán de anotar la hora de llegada y de salida. Y voy a ser riguroso al respecto...

    Se volvió, con la mano en el picaporte, hizo varios movimientos afirmativos con la  cabeza con la boca apretada, casi fruncida, como diciendo: Ajá, qué bien... y ¿para qué cuernos me estás diciendo precisamente a mí esto?  Luego pensó: “¿Y para qué carajos me quedé aquí tanto rato, dándote mi propia teoría, si finalmente  terminás anunciando lo que ya sabía  que dirías, y que hubieras debido notificárselo a todos antes de implementarlo?” Abrió la puerta y la cerró sin volverse. Sonrió a las secretarias y se despidió hasta... “No sé, me parece que no me siento bien, así que, quizá  sería bueno hacer reposo unos días... me siento medio engripado”, y sonreía para sí mientras caminaba por el pasillo rumbo a la Sala de internación. Compró el diario, y en el ascensor se encontró con un residente que regresaba con un paciente de rayos. No pudo con su genio y le solicitó las placas: Contra la luz de la ventana de la entrada las observó y sugirió:

     -Parece que va bien con el tratamiento. No hay que rotar los antibióticos, aunque siga con algo de fiebre. Están mejor que las primeras. Pero habría que preguntarle a los cirujanos si todavía no  les parece oportuno el drenaje, ¿no?- E inclinaba las imágenes de las radiografías de tórax, que mostraban una neumonía con derrame plural, como pretendiendo hacer variar el nivel del líquido con esa maniobra, tal si fuera una botella con agua. El residente sonrió, pues ya  le conocía la broma, y se perdió en la Sala detrás del paciente.

     Cuando firmó la salida en la oficina de personal, una empleada se le acercó con   roja lapicera en la mano, decidida a implementar la nueva orden de la Dirección. Pero antes de que lo hiciera, él le tomó con suavidad la mano y desprendió  con delicadeza la lapicera de entre sus dedos, para anotar luego la hora con grandes números. Ella le sonrió y él le hizo un breve gesto con los labios, conejitos que le dicen, para luego saludar al resto con una mano, deseando en general un buen fin de semana.

 

 

                  FRENTE A LA ESCALINATA DE LOS LEONES

                                       

                                           (Obstetricia I)

 

     Había pasado largamente el mediodía, cuando recibí un  llamado por el interno desde el Servicio de Obstetricia. La secretaria me alcanzaba el tubo negro con el brazo bien estirado, como quien aleja de sí  algo mefítico, intolerable:

     - Es de Obstetricia, doctor, y parece que hay problemas...- Elevaba las cejas mientras fruncía el ceño. Continuó murmurando, como para sí misma: - ¡Cuándo no va a ser Obstetricia, siempre a esta hora!...

     - Doctor, acá tenemos un problema-. El tono de voz de la obstétrica me tranquilizó, pues no denunciaba inminencia de catástrofe. Continuó: - Resulta que hay casi cuarenta pacientes citadas para el consultorio de la tarde, pero la doctora que lo atendía renunció la semana pasada, después de pelearse con el jefe, ¿recuerda?...

      - ¡Cómo no iba a acordarme, si ese jefe también había renunciado luego de una reunión donde quedó demostrada su incapacidad más allá del límite de  lo razonable! De lo que no se habían acordado  había sido de suspender ese consultorio programado, como había sido convenido con el médico de planta... En resumen, el Servicio como tal no existía, pero la demanda continuaba, y  en ascenso permanente. La partera finalizó: - Algunas pacientes ya han llegado, pero yo sola no puedo atenderlas, pues tengo la Sala a mi cargo, y hay un par de trabajos de parto en curso. Ah... y me parece que una va a ir a cesárea...

     - Bueno, con panorama tan alentador, déjemelo nomás, que a la brevedad procuro una solución al problema. En tiempo,tenemos unas...

     - ...dos horas, doctor, antes que se nos venga la estantería encima.

     - Descuide, querida- y colgué. La miré a mi secretaria como diciéndole: “Vos hoy no te vas hasta que se arregle esto”, y le pedí que me comunicara con los colegas del Hospital de San Miguel, siempre mi contacto inicial. Allí no encontré nadie disponible para cubrir la guardia. Llamé entonces al Posadas, luego  a Pilar, a Luján, a los vecinos de Marcos Paz y Las Heras; insistí luego con el  Castex de San Martín,  con el Belgrano, con el Cordero de San Fernando... Llamé entonces  al Ramón Carrillo de Ciudadela, al Paroissién de La Matanza, al Aráoz Alfaro de Lanús. Nada. En este último, un ginecólogo amigo del director me pasó el dato  de una clínica de Quilmes. Refería que una muy buena ex residente de la especialidad trabajaba allí. Milagrosamente la localicé.

    - Sí, doctor, dígame... ¿en qué puedo serle útil?-   Ella no sabía lo rápido que podía  contestarle  esa pregunta. En pocas palabras la puse al tanto de la necesidad de cubrir la guardia en la especialidad desde las cuatro de la tarde y hasta el día siguiente. Y que contaría con  la infraestructura necesaria. Ofrecí pagarle la guardia completa, que le  abonaría al retirarse,  mañana, después de las ocho.

     - Está bien, doctor...-  En mi interior escuché un clic que interrumpió la acidez y el dolor del epigastrio. Del otro lado del tubo había que ultimar algunos detalles: - Bueno, tendré que ver cómo zafo aquí del compromiso con el consultorio de la Clínica...

     - Hágalo, doctora, por favor. Usted debe conocer alguien que la pueda reemplazar allí...

     - Sí, puedo avisarle a un colega que sale ahora de la guardia... y no es demasiado el trabajo programado. Lo que no sabría es cómo llegar hasta allá, y encima a las cuatro de la tarde; ¡fíjese que ya son más de las dos!...-  Rápidamente reaccioné:

      - Le envío un vehículo, doctora, a la estación de Constitución.¿Le viene bien?

     - Sí, yo podría estar allí en unos cincuenta minutos, o una hora a más tardar.

     - Y allí va a estar esperándola una ambulancia Volkswagen celeste, de este Hospital, frente a la escalinata con los leones, ¿de acuerdo?- y mientras hablaba  chasqueé los dedos hacia mi secretaria. Cubrí con la mano la bocina del tubo y le insté: - Llamá ya a automotores; que venga el chofer de guardia (cuando estaba urgido por algo, terminaba tuteándola). Después seguí con la doctora:

     - ¿Y usted, cómo va a estar vestida, para informarle al chofer? – En ese momento ingresaba en mi despacho la figura soñolienta de éste. Cubrí nuevamente la bocina del teléfono, y le expliqué al hombre el viaje que debía realizar, dónde debía esperar a la doctora y el aspecto físico de ella...

     - ...y una última recomendación, Roque: ¡No se le ocurra volver sin su pasajera!

    - ¡Pero no, jefe, descuide!-  Cuando creyó comprender la frase, se volvió y con voz chillona, demandó: - ¿Qué me dijo, doctor?

    - ¡Que salga ya mismo,  y vuelva rápido!-  Regresé al teléfono exterior: - Ya partió el chofer a buscarla, doctora. Yo la estaré esperando aquí.

     - De acuerdo, doctor, ¿y la guardia, la cobro mañana cuando salgo?

     - Así es. Yo mismo se la pagaré antes de irse- afirmé. Después de colgar el tubo,  volví a mi secretaria,  quien  se estaba ocupando de  tramitar el dinero ante la Cooperadora.

     - Todavía no encontré al tesorero, doctor, pero descuide que después de las cuatro está siempre en la ferretería. No se preocupe; yo paso por allí y le transmito su pedido.

     - Está bien. Acuérdese de decirle que necesito los cincuenta australes para salir de esta emergencia- . Ya me veía abonando la guardia con el veinte por ciento del sueldo. Luego le informé por el interno de las novedades a la obstétrica. Cuando colgué,  me recosté en el sillón, decidido a beberme el café, ya frío;  buscaría relajarme. Hasta tuve tiempo de comprar el diario en el quiosco.

     Leía todavía la hoja central, cuando ingresó en el despacho la conocida figura vestida de verde, canosa, seguida por otra  de mujer joven, menuda, portando grandes anteojos. Luego del saludo de rigor,  acompañé a la doctora al Servicio de Obstetricia. Cuando ingresamos, en la Sala de Espera del consultorio de guardia nos encontramos con una multitud de señoras embarazadas muy sentaditas todas, esperando ser atendidas. Sobre el escritorio, la secretaria había dejado una descomunal pila de historias clínicas. Al saludo respondieron todas al unísono, dándome el efecto de  haber regresado al ciclo escolar. Excepto que sonreían. Hice un breve periplo con la doctora –la obstétrica se encargaría de los detalles- y me despedí.

 

     Al día siguiente cumpliría con ella, como habíamos convenido, y lamentablemente, no la volvería a ver, ya que por distancia no aceptó mi ofrecimiento de incorporarla  al incipiente y aun exiguo equipo de profesionales de Obstetricia. Ella atendería eficientemente más de treinta pacientes en el consultorio, y efectuaría, junto con la obstétrica, cinco partos. Y una cesárea adicional, ayudada por el cirujano de guardia. Sin conflictos ni problemas agregados que la Dirección del Hospital debiera resolver. Todo un récord para el Servicio.

 

 

                                          UNA TARDE DE SEPTIEMBRE

 

                                    (Obstetricia II)

 

     La mañana había transcurrido tranquila, aunque algunos signos  hacían sospechar la cercanía de tiempos tormentosos. Esas señales se vinculaban con la falta de profesionales de guardia en el Servicio de Obstetricia. Varios días de la semana quedaban cubiertos sólo con obstétricas (parteras), y los embarazos complicados se derivaban, con gran dificultad, a otros Hospitales más completos o de mayor complejidad.

     Eran pasadas las dos de la tarde y me proponía  cerrar el recinto de la Dirección, después de firmar todas las notas y expedientes del día. Hacía escasos minutos que la administradora se había retirado del despacho con las correspondientes carpetas bajo el brazo, luego de hacer las acostumbradas recomendaciones de rigor, despidiéndose hasta el día siguiente.

     Ordenaba yo una vez más la superficie del escritorio, cubierta por un mar de papeles y objetos diversos, cuando llamó uno de los teléfonos. Era el negro, el interno, el más temible.

     - Es de Obstetricia, doctor- me ofrecía el tubo la secretaria, con un gesto de preocupación y urgencia.

     - Sí, ¿Quién habla? ¿Qué sucede?- Mi voz delataba una ansiedad que todavía no se justificaba.

     - Soy la obstétrica de guardia, doctor, y tengo un problema, un problema serio – y enfatizaba las últimas palabras.

     - Bueno, dígame... - En realidad, lo que menos deseaba en ese momento era que me dijeran lo que me estaban por decir.

     - Estaba haciendo un parto, pero el bebé de pronto empezó a encajarse, y no progresa. Está en el tercer plano y...

     - ¿Y no está el médico de guardia?... -  La pregunta se contestaba sola; era estúpidamente obvia.

     - No, doctor. No hay guardia, y el médico de planta ya se retiró.

     - ¿Cómo está el bebé?

- Los latidos se oyen bien, todavía...

     -¿No tiene goteo, verdad?

     - No, doctor; el parto venía bien, pero evidentemente hay una desproporción que no le permite progresar...

     - Bueno, aguárdeme un momento que voy a hacer una consulta, y mantenga a la paciente calmada...

     - Está bien, doctor...

     Mi cerebro comenzó a levantar temperatura; el cuello se había contracturado súbitamente, y debajo del occipital dos nervios hervían de tensión. Mediante el teléfono externo me comuniqué con el Hospital  de San Miguel (*). Su director me relacionó con el jefe de Obstetricia, quien, al comentarle sucintamente el caso, se expidió rotundo:

     - Doctor, llame ya a la partera y dígale que no permita que siga bajando el bebé; que empuje hacia arriba con un brazo adentro y el puño cerrado, bien fuerte.

     - De acuerdo -. Dejé el auricular sobre el escritorio, y llamé por el interno a la obstétrica y le ordené  que siguiera, sin dudas ni discusiones, esa indicación, precisamente y sin demoras.

     - ¿Y luego, doctor?...-  Había regresado  al médico de San Miguel.

     - Prepare urgente la cesárea con los cirujanos. Llámeme, si necesita aclarar algo, doctor; yo voy a quedarme un rato más por acá.

     - Entendido, y gracias, doctor -. Me despedí e inmediatamente volví al interno. Ordené que trasladaran a la paciente al quirófano del Servicio, y la prepararan para la cesárea. Mientras mi secretaria convocaba al anestesista de guardia pasiva, para realizar  la peridural, llamé al Servicio de Emergencia por el interno, solicitando la presencia de la cirujana de turno en la Dirección. Mi cerebro hervía, y mis suprarrenales configuraban un limón exprimido. Volví a contactarme con la obstétrica, para tranquilizarla, y le informé de la inminencia del desenlace de  la cuestión a través de una cesárea. Terminaba de hablar cuando ingresó la cirujana de guardia. Abrió la puerta con timidez, asomó la parte superior del cuerpo, adelantando unos ojos enormes, y anunciándose:

     - Permiso, doctor...

     - Sí, adelante- y sin más trámite le informé de la urgente necesidad de hacer la cesárea. El color de su cara viró hacia  el del níveo ambo de guardia. Comenzó a tartamudear, y mis suprarrenales volvieron a protestar. El nudo en la nuca se hacía gordiano.

     - Pppero... yyo nnnunca hiice unna ccceesárea... No puedo hacerla, doctor- concluyó con excesiva firmeza. Arrugaba el ceño y estrujaba un borde de la chaqueta. La miré como quien contempla un auto descompuesto en el medio del desierto. Ganas de patearle un guardabarros no me faltaban.

     - Bueno, siempre hay una primera vez, doctora- repliqué, sin otra ambición que revertir su inesperada y sorprendente decisión. Decisión que reafirmó irrevocable. Me levantaba del asiento para hacer algo, probablemente alguna macana, aunque más no fuera de índole verbal, cuando por detrás de ella, bastante más alto, apareció el residente de tercero de cirugía, que acompañaba a la doctora en la guardia.

      -¿Qué anda sucediendo, Doc? ¿Problemas?- El tono jovial del muchacho, me alivió. Él siempre había sido harto desenvuelto, y aparentaba contar con una amplia experiencia en sus años de residente y los previos de practicante.

      - Más que problemas, hiperproblemas. Hay que hacer una cesárea urgentísima; no hay médico obstetra a la vista, el bebé ya está casi encajado; tengo a la partera empujando con un puño y aguardando la operación. Ya llamé al anestesista para hacer la peridural, pero...

      - Pero qué, doctor...

      - Que la doctora no quiere operar; dice que no sabe hacerla-. El residente la miró de soslayo, y la cirujana movía la cabeza negativamente, mientras contemplaba el piso con fijeza, como si hubiera extraviado alguna llave en la penumbra.

      - La hago yo, doctor, no se preocupe más... y que la doctora- y la señaló con el mentón a la cirujana, que parecía haber descendido al nivel  de practicante de ingreso- me ayude-. Ella le sonrió abiertamente en señal de agradecimiento, pero él ya no la miraba. Sus suprarrenales habían comenzado a prepararlo para la acción.

     - Bien doctorazo, partan ya para allá, que yo voy a llamar a la pediatra para que se prepare- los despedí, ya con una luz en el fondo del túnel.

     Por el interno, negro menos tenebroso, llamé nuevamente a la obstétrica y le di las últimas novedades; luego convoqué a la pediatra de guardia.

     - No pensarás que voy a estar allí, sola- descargó en cuanto le conté el caso.

     - ¿Pero cómo se te ocurre que voy a hacer una cosa así? Descontá que yo voy a estar allí, a tu lado para lo que sea necesario.

      Había comenzado a recuperar algo de buen humor, y, por otro lado, mi experiencia como pediatra avalaba mis dichos. Las suprarrenales, o las coronarias, no sé cuales primero, ya no  hubieran soportado otra discusión. Por lo menos, por lo que restaba del  día.

      Tomé otro café y estuve jugueteando, tentado, con un paquete de cigarrillos que alguien había olvidado sobre el escritorio. Me llamó entonces la secretaria de Obstetricia, para informarme de la llegada del anestesista, y abandoné la idea del tabaco.

     Caminé lentamente hacia la maternidad, con la cabeza  en blanco, vacía de palabras, ideas, pensamientos. Subí los dos pisos por la escalera, y cuando llegué, ya estaban comenzando la intervención. La pediatra me señaló una silla junto al sector de recepción de recién nacidos. Me acerqué al quirófano, y la partera se volvió al verme y me saludó con la cabeza. Su brazo derecho se hundía, firme, debajo de la verde pañoleta, sosteniendo el avance del bebé. El residente, con la lámpara en la frente, alzó la cabeza y me guiñó un ojo. Comandaba con solvencia.

     - Relájese, jefe, que ya está casi resuelto; viene todo bien- y volvió a zambullirse en la operación.

     Me alejé hacia el pasillo, y contemplé el paisaje a través de un ventanal. Las copas de los árboles, ya muy verdes,  eran mecidas por un fuerte viento primaveral, cuyo ímpetu hacía vibrar los vidrios de la enorme ventana. Con los oídos muy abiertos pero sin volverme, presencié el nacimiento.

     El líquido había sido claro, y el aire  entraba en los pulmones del niño con naturalidad, saliendo luego con tranquilizadora estridencia. Suspiré vigorosamente, mientras una sensación de cansancio extremo hormigueaba en mis piernas, en mis brazos, en mis hombros, aflojando de improviso  el nudo de la nuca. Volví a extrañar el cigarrillo; deseaba en esos momentos sentir el humo ingresando hasta  la punta de los pies.

      Me arrimé a la pediatra, que en ese instante aspiraba y secaba con satisfacción al varón de tres kilos y medio, que seguía chillando con energía. En la carita se evidenciaba la máscara equimótica, fruto del intento fallido de nacer por vía baja. Después me acerqué al quirófano y me despedí del equipo.

     - Enhorabuena, doctor - le dije al residente- el bebé está bien. Gracias a todos...

     - Para ser mi primera cesárea, no estuvo mal, ¿verdad?- me respondió él  con tono festivo. No le creí, ni tampoco creí necesario verificarlo.

     Bajé los dos pisos por las escaleras, a los saltos. Eran casi las cuatro de la tarde. Cerré el despacho de la Dirección y me fui a casa. En media hora debía estar atendiendo el consultorio, y quería tomar unos mates antes de empezar.

     Varios meses de exhaustivas gestiones me llevaría completar la guardia en el Servicio de Obstetricia. Entretanto... habría que subsistir.

 

(*) Hospital "Larcade" de San Miguel, Provincia de Buenos Aires.

     


                             CORAZÓN DE HOJALATA

 

                                “...Dicho con otras palabras, me estoy convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo falso...”                (Yukio Mishima: “Confesiones de una máscara”).

 

 

     Invierno 2007

 

   Llega, no muy temprano. Le cuesta arrancar  y ponerse en condiciones para soportar los avatares del día. En administración no obtiene respuesta aún a los requerimientos hechos días anteriores. Varios días. La burocracia tiene sus tiempos. Avanza. En personal le comunican la buena nueva de que salió un nombramiento. A poco de leer la resolución comprueba la trampa. Hacen hincapié en incompatibilidades que ya han sido descartadas por una nueva ley. Pero la burocracia es así. No se dieron por enterados todavía. Habrá que contestarla. En la guardia chillan las médicas porque cae una gotera del primer piso. Se rompió un filtro de esterilización. Dicen que lo están arreglando. En el primer piso hay revuelo. Se juntaron pacientes de cirugía infantil que debían estar en otra sala. Hace un mes que les indicaron con motivo de la epidemia internar en traumatología. Lo siguen haciendo aquí, trabando camas, sobrecargando la escasa enfermería, que oficia además de camilleros. Habrá que hablar con el jefe de cirugía y poner punto final a esto, hasta que pase el invierno. En el segundo piso también hay revuelo. Considerable trabajo para la planta y las residentes. No quedan bocas de oxígeno disponibles. Muchas derivaciones. De servicio hospitalario nos hemos convertido en regional, y la fajina es mayúscula. Poner buena cara, bancarse  rictus de cansancio, prometer tiempos mejores, más recursos en tiempo y forma. En definitiva, estimular, colocar paños fríos, bajar la temperatura. Al fondo, en la terapia, el clima arde.  El teléfono no deja de sonar con solicitudes de derivaciones de todas partes. “Intubado, hace horas lo están bolseando en la guardia”. Mezclar y dar de nuevo. Hacer un inventario. Altas y bajas. Poner colores a las camas facilitaría el trabajo de identificación por gravedad. Las residentes se resisten a seguir trabajando a ritmo de catástrofe continua. En las caras se les adivina el deseo de un recambio (¿será de jefe?). “Altas, quiero altas”. Lo miran con mal disimulada bronca. “No los estacionen”, y el colega de planta lanza un bufido que apaga una palmada en el hombro. “Vamos, que hoy manda una felicitación el ministro para el Servicio”. “Cargadas no, jefe”, le responden. ¡Qué chicos incrédulos! Sigue caminando, buscando huecos donde podrían internarse los necesitados de más allá. Más allá. Amplia región de diez millones de habitantes. Dicen los epidemiólogos que el uno por ciento se interna. Ja. ¿De dónde sacarán esos números? En los papeles a los burócratas y funcionarios todo les cierra. En el campo, la realidad se asemeja  a Camboya (de otros tiempos, se entiende).

   De pronto le informan que el compresor de aire comprimido está fallando. Hace un ruido raro. El otro ya capotó, con treinta años de uso. Hay que comprar uno urgente. Y entretanto... rogar a Dios que éste aguante, porque sino, los siete respiradores que bombean las veinticuatro horas, con oxígeno sólo no funcionan. “No, las bombas de infusión no llegaron todavía”. Hay que volver a llamar. “No se olviden de la compra de los dos saturómetros”, deja tras de sí el reiterado rastro de reclamos. “Felicitaciones. Están haciendo un trabajo magnífico, ejemplo para la provincia. Funcionan como el hospital de niños de La Plata”. Y hablando de plata, hay que revisar la libreta de carnicero, hacer un balance entre el debe y haber (siempre confunde los términos, el debe, de deuda, el haber de tengo. No, es al revés. Cambia por entradas y salidas). Hay que juntar para pagar las guardias médicas y  las enfermeras, que van apareciendo en acción sin tener en cuenta los tiempos burocráticos ministeriales. En definitiva, hacer un colchón, y a cada uno su sopa en tiempo y forma. Si no, esto, definitivamente,  no funciona. Definitivamente. A una residente no le pagaron el sueldo. No la ingresaron. No existe. Perdieron los papeles. A faxear todo urgente, si no está en media hora en determinada oficina, olvidate. Le ofrece apoyo económico (de aquí no te vas). Y hay otra residente a la cual la descartaron por un artilugio del director de Capacitación y Docencia, que usa un sistema personalísimo para las apelaciones, tipo “deshojando la margarita”: Éste sí, éste no, éste a lo mejor. Carta documento, presionar ante...ante, ante... En el Colegio de Médicos dijeron (sic): “no se desconoce el caso de la dra. Mengano, que por otra parte será tratado por quien corresponda.” Mutis por el foro.

        Ya de noche, en su casa, llaman de la Región. Hay que derivar un paciente desde otro Hospital a una clínica. ¿Y el médico de traslados? Va a tener que ir él nomás. Cuando llega, otro médico ya estaba allí, aguardando la ambulancia. No le avisaron y viajó inútilmente. El respeto no abunda por aquí. Se lo toma con soda y regresa a las once de la noche a su casa en un taxi. La realidad resulta por momentos inescrutable. Incomprensible. El mundo al revés. Un revés que muestra por momentos una cara siniestra, ya que la falta de organización y de eficiencia tiene mucho que ver con la vida o la muerte de niños, cada vez más pequeños e indefensos. Recuerda entonces una vez más el breve texto de la nota que envió a un diario de tirada nacional y que provocara el malestar del máximo responsable de salud de la provincia:

 

Epidemia
Señor Director:
     "La epidemia de bronquiolitis es una realidad que hiere con inusual severidad a nuestros niños y mantiene en jaque a enfermeras y pediatras del conurbano bonaerense, principalmente, en una lucha desigual contra las infecciones respiratorias, contra la falta de organización de los servicios y su correlato anárquico en las redes de atención y la carencia de recursos que, irónicamente, faltan donde se necesitan y sobran donde no se usan. Además, hay guardias desbordadas por la demanda y salas de internación sobrepasadas en su capacidad.
"Ser pediatra en estos momentos y trabajar en el ámbito público bonaerense implica una terrible sobrecarga de trabajo y una angustiosa responsabilidad." Fulano de tal, Hospital de...

 

    El hombre se irritó un poquito, pero casi inmediatamente envió ese nombramiento, tramitado desde hace meses. Claro que con esas incompatibilidades, que más luego habrá que contestar para no perderlo. Perder. ¿Quién pierde aquí? No todos. Algunos juegan con hacer la plancha y llegar a octubre sin complicaciones. Octubre. “Hay que pasar el invierno” decía el ingeniero Alsogaray, ministro de economía, hace cincuenta años. Todavía siguen mandando los ministros de economía. ¿Y octubre qué es? Es...la primavera. Luz, calor, brotes por todas partes, colores y perfumes que explotan hacia el aire,  la naturaleza henchida en y de sí misma revive jubilosa. Y acá, además,  la gente vota. La gente concurre a las urnas para elegir sus representantes, sus autoridades... Elegir. Bonita palabra. A veces suena hueca, como envase de hojalata, y  la realidad suele imponerse unívoca, sin opciones, con aplastante peso.

       Yukio Mishima, genial escritor japonés. Quiso cambiar la realidad de su país,  y se suicidó en los 70 luego de dar una arenga en un cuartel, donde nadie lo escuchó.

      ...”me estoy convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo falso...” 

       Corazón de hojalata. Coronarias de acero. ¿Resistentes? De lo mejor. ¿Inoxidables? Según el proveedor.

    

 

                                                   EPIDEMIAS

 

                                                      Como quien viaja a lomos

                                                       de una yegua sombría…(J.Sabina)   

 

   Invierno 2009

 

                                                        

   Este año se demostró que ya no es sólo pediátrica la epidemia invernal.  El H1N1 le ha agregado un condimento siniestro a la mal llamada epidemia de bronquiolitis (IRAB) de todos los inviernos, sacudiendo también a los Servicios de Clínica Médica y a las Terapias Intensivas de adultos. Nada es suficiente para contener la demanda del segundo y tercer nivel. Como ocurrió en las últimas semanas de mayo y primeras de junio con el primer nivel (APS) que fue desbordado en los Centros de Atención Primaria y tras su colapso (o la demostración de su inoperancia), pasó a desbordar las guardias de los Hospitales. Y la histeria jugó con la improvisación de quienes no supieron estar a la altura de los acontecimientos como correspondía (a sus funciones), a pesar de contarse con un informe del Ministerio de Salud de la  Nación (año 2005), programa minucioso elaborado por expertos para una eventualidad de tal calibre (que se esperaba desde la aviar, no desde la porcina), quizá porque estaban  mezclando peligrosamente la palabra epidemia con elecciones, ambas en la sección  E del diccionario, como quien se encuentra en un cuarto a oscuras con un supuesto enemigo armado y se carece de reflejos aunque más no sea para encender la luz…

 Ante esto, parecería que los pediatras, más regularmente baqueteados por el IRAB anual, al que los demás colegas miraron siempre con recelo, respeto y una cierta dosis de “menos mal que a mí no me pasa”, están  mejor preparados para enfrentar la emergencia. O por lo menos están habituados y no fueron sorprendidos, que ya es algo, para empezar. Pero así era, hasta que les mejicanearon el IRAB y universalizaron la necesidad desbordada, el reclamo incontenible, y el trabajo se duplicó o triplicó en referencia al IRAB habitual – se sentía por momentos, desesperantemente, que nunca daría tregua-, y el riesgo de enfermar aumentó, por lo que había (y hay) que estar al día con las “normas de bioseguridad”, tan habituales en nuestro medio como el respeto a las normas de tránsito. Y nos decían que lo peor estaba por venir. La Provincia, convulsionada por una carrera electoral que no vacilaron en culminarla en plena época de epidemia, y sus autoridades sacudidas aún por los resultados adversos, no se han manifestado aún sobre el fondo del combate frontal y en serio (Ej: nombramientos de planteles básicos en los hospitales públicos Provinciales, equipamiento adecuado, etc.) a esta amenaza real a la salud de una población que mayoritariamente, no se encontraba (ni se encuentra) en las mejores condiciones sociosanitarias. Me refiero, por supuesto, al tan mentado Conurbano Bonaerense (CUB) y sus varios cinturones, protagonistas fundamentales y decisivos en las elecciones que ya terminaron, para alivio de la población, que ahora piensa que se van a ocupar en serio de ella, recuperación mediante de las autoridades de turno.

Pensar, programar, actuar. Pensar, programar, actuar. Estar atento y disponible las 24 horas del día los siete días de la semana, y si ocho fueran, ocho también. Escuchar, filtrar, tener prioridades, tomar decisiones. Caminar, subir, bajar escaleras, hablar poco y lo necesario con quien corresponde. Hacer pedidos claros, evitar contradicciones. Responderle ciento por ciento a la gente a tu cargo. Que sientan que hay un paraguas, un respaldo detrás de ellos, que nunca van a quedar solos y a la intemperie…

Camas, camas, camas… cuanto más críticas, más escasas. Hay que dejar chicos afuera porque no se puede dar respuesta a todos los Hospitales de la zona y a  los alejados que las demandan. Queda un sabor amargo cuando el reclamo no se puede satisfacer. Y la accidentología, que parece no ceder, sigue demandando y da mucha bronca, porque ni lo prevenible se previene. Y se sigue llevando niños en motos y bicicletas, que más temprano que tarde caen a la guardia con el bramido de las sirenas de los bomberos, cuando no te llega un intoxicado con monóxido de carbono (CO), casa o casilla incendiada mediante, y hay que ponerlo en la “cámara hiperbárica” pues tiene más del 30% de carboxihemoglobina, pero la Provincia no cuenta con este recurso, y como tampoco tiene convenio con el Hospital Naval ni te dan ninguna solución por teléfono un sábado al mediodía, (el encargado de responder andaba por Las Leñas disfrutando de un merecido aunque breve descanso), tenés que gatillar 200 $ para que el médico de guardia pueda llevar ya al paciente, posibilitando su recuperación. Punto. Avancemos.

    ¿Y la demanda que le hiciste al Ministerio el año pasado para darle una estructura sólida a tu terapia pediátrica (UCIP), que te llevó hasta presentar un Recurso de Amparo ante una Jueza de Menores…? Nada, absolutamente nada. Y ahora, con la crisis encima, quienes te ningunearon quieren ampliar las camas críticas y piden más camas, más camas, más camas… y prometen pagarles como segundos terapistas lo que sea a  médicos contratados baja la sugestiva palabra “contingencia”. “¡Cuánta improvisación!”, pensás, y recordás que el Director de Emergencias de la Provincia hablaba el año pasado de un déficit de más de cien camas críticas pediátricas. ¡Y  tuvieron el expediente de nombramiento de una pediatra  cajoneado cinco meses para luego mandarlo dormir el sueño de los justos en el Hospital de origen; decepcionada, ella terminó aceptando un cargo en el Garrahan, mucho más rápidos y decididos que nuestra inefable Provincia para incluir talentos jóvenes en su plantel de profesionales. Durísimo golpe a tu UCIP, que todavía no completa su plantel básico, ni tiene miras de hacerlo… Pero claro, en este año, el más mediático de todos, tomó forma la gran contratación a terceros a un municipio del conurbano bonaerense, que aseguraba proveería toda la infraestructura necesaria para combatir la epidemia H1N1 en el ámbito de la Provincia… De esta manera, los Hospitales Provinciales, sostén real de la Salud Pública de la Provincia, quedaron relegados a 2° término (si pecamos de  generosos…).

     ¿Y la historia de los residentes nuevos, que demoraron un mes en  la toma de posesión del cargo? Había que ahorrar dinero en la Provincia. Un mes y el puchito del aguinaldo, es mucha plata, y junio demandó gastos extraordinarios… ya sabemos para qué, aunque ahora, viendo los resultados, nos preguntamos: ¿valió la pena?

 

    Y día tras día se suceden las internaciones, los pedidos de hospitales con menos recursos (a pesar de las promesas de que el “municipio contratado” recibiría todas las derivaciones solicitadas de 2° y 3° nivel), las bajas transitorias de médicos y enfermeras, enfermos (no todos de gripe, pero la ausencia igual se hace sentir).  No hay domingos ni feriados para el personal de Salud. Dicen que las autoridades van a reconocer el esfuerzo con un premio al final de la epidemia…

    El adelanto de las vacaciones de invierno disminuyó la demanda y mejoró el pronóstico del IRAB (me refiero a las bronquiolitis de los bebés y niños pequeños),  adelanto que todos los años solicitamos los pediatras, y que nunca escuchan quienes hoy escucharon porque los atemoriza la palabra “pandemia”, tal vez porque el mundo los está mirando y contabilizando casos y muertos. Estamos en el pico, dicen. ¿Estamos en el pico? ¿Y eso qué significa para nosotros, los pediatras, que todos los años vivimos la misma historia? Cargos transitorios, recursos transitorios, movida transitoria que siempre huele a histeria de quienes tienen la responsabilidad de prever, procurar recursos, decidir y actuar, con eficacia y eficiencia, según rezan los manuales de Salud Pública. Si todos los días sale el sol por el este, ¿es motivo para asombrarse que mañana lo veamos salir precisamente por el este? Si las estaciones son primavera, verano, otoño e invierno, todos los años siguiendo un ciclo solar completo de 365 día y fracción, y las epidemias de influenza,  sincicial respiratorio y otros virus se reiteran a partir del otoño y tienen el pico ya comenzado el invierno (meses de junio y julio en este hemisferio austral), digo, ¿cómo podemos asombrarnos siempre de la alta demanda de atención en esta época de enfermedades respiratorias agudas? ¿Cómo es que siempre nos faltan camas de segundo y tercer nivel, nos faltan enfermeras y médicos, nos faltan insumos, saturómetros y respiradores? Y no me estoy refiriendo al H1N1 que vino este año a embarrar la cancha…

 

   Bueno, basta de charla, a lavarse las manos, a ponerse el barbijo, a tener cerca el alcohol en gel, y seguir atendiendo: -¿Qué tiene su chico, señora? ¿Cuándo empezó con la fiebre? ¿Le dio algún remedio?-  Mientras, se te empañan los cristales de los anteojos por el aliento que escapa del barbijo, desdibujando las figuras que tenés enfrente, y pensás con un dejo de resignada frustración que hasta necesitan aprender a respirar, con este asunto del H1N1, quienes no tienen incorporado el hábito quirúrgico…

                                                    

                                       Epílogo

                                                       Siga, siga, siga el baile…(A.Castillo)

 

    Se sabe que  el virus del dengue dormita en algunos vientres de huevos y larvas del Aedes (en mayor porcentaje en el albopictus que en el aegypti) en cacharros y demás recipientes que abundan en nuestro habitat, ahora aplicado al tema aéreo del influenza. Cuando el sol vuelva a calentar esta superficie austral con primaveral fuerza, otra preocupación aparecerá en los ceños fruncidos de funcionarios que deberán responder a otra epidemia, y entonces, sí lamentarán no haber  eliminado huevos y larvas del Aedes en el invierno que se les pasó luchando (¿luchando?) contra el H1N1. ¿Qué serotipos combinarán próximamente estos nuevos zancudos? ¿Habrá posibilidades de que aparezca el dengue hemorrágico? Estudiando huevos y larvas que dormitan en el frío de los cacharros que pululan por doquier, porque basurales a cielo abierto por estos lares no escasean, podríamos ir viendo qué variedades se nos ofrecerán a través de la trompa de los “cebrados” mosquitos, si uno solo, si dos, si tres, si cuatro… Y cuántas camas de terapia vamos a necesitar para enfrentar la demanda primaveral- estival 2009-2010, y si tendremos ofertas por cierre e inicio de temporada, como ser:

¡Se ofrecen dos influenzas usados, aptos para inmunización, por un dengue 0 km!, o ¡Con dos dengues de distinto serotipo te llevás un influenza de regalo casi nuevo, nunca taxi, y pagando con todas las tarjetas hasta en doce (12) cuotas mensuales sin interés…!